El miércoles, 29 de octubre, a las 20 h. se inaugura mi exposición de Poesía Visual MIRALA POESÍA / MIRA LA POESÍA en Dos Hermanas (Sevilla), Sala La Almona, calle La Mina s/n.
sábado, 25 de octubre de 2014
martes, 7 de octubre de 2014
EL CARRO DE LA LEJÍA, 7 octubre
2014
Ana (Ébola) Mato, ministra de
Insanidad
Ya opiné, hace algunos “carros de la lejía” que traer a
enfermos de ébola a España me parecía más afán de colocarse una medalla la ministra
Mato que de resolver un problema. Los expertos advirtieron que ningún hospital
de España estaba adecuado para el tratamiento del enfermo, de los enfermos, y
que el personal sanitario desconocía en buena medida los protocolos de
actuación; el mes de julio un grupo de sanitarios presentó en Madrid una
denuncia sobre el asunto, antes de la llegada del primer enfermo. Pero una
medalla, en época preelectoral, para una ministra de reconocida incompetencia y
de escasa comunicación (lleva más de un año sin comparecer en el Congreso), es
muy valorable. Ahora las cañas –de pescar méritos– se le han vuelto lanzas con
la punta envenenada por un virus mortal; “a hierro Mato si a hierro muero” como
podría decir la canción.
Ayer hemos asistido a una rueda de prensa, vergonzosa, de
la ministra Mato, agazapada entre miembros de su ministerio, con cara
asustadiza, que declinó en ellos las respuestas. La única, por dos veces, que
se le hizo sobre su responsabilidad en el tema no tuvo respuesta. Y me
pregunto, ¿para qué una responsable de la Sanidad española que no es capaz de
enfrentarse a una realidad, que huye de su compromiso, que da soluciones
evidentemente inadecuadas y a veces
dañinas? Hace un tiempo, cuando se sospechó, con final feliz, de un enfermo de gripe A en el ejército, la
Mato se desgañitó pidiendo la dimisión de la ministra Chacón. Tendría que
gritar ahora contra ella misma, darse en la cabeza porque aquí ya hemos sufrido
dos muertes y un contagio con un virus mortal, por una acción de su
responsabilidad irresponsable. A mí me parece la Mato una inútil absoluta, a la
que el sr. Presidente de gobierno le ha dado una “tarjeta opaca” para disponer
a su antojo de la salud de los españoles. Y eso empieza a parecerme un delito.
Ana Mato pasará a la historia, con su pequeña e insulsa historia, como la “ministra
importadora del ébola en España.
Con el gasto que supuso traer al primer misionero (miembro
de la comunidad religiosa de San Juan de Dios, no un cualquiera) se podía haber
instalado un hospital de campaña en el país de origen de la enfermedad, haber
contribuido al bien social y haber evitado riesgos innecesarios. Pero allí no
habría tantas cámaras, tantas luces de comitiva, tanta publicidad. Ahora harán
que las cámaras se dirijan a la pobre enfermera enferma de ébola, justificando
que ha sido un fallo humano, su fallo, porque hay unos protocolos –ya lo he
oído hoy en bocas de “doctos” representantes del ppartido ppoplar– “que son
envidiados por todo el mundo”, como los resultados económicos que clama el ppresidente
Rajoy. A las admirables enfermeras españolas, según declaran ellas estos días,
en apenas diez minutos se les enseñó a ponerse y, aquí está el sinsentido, a
quitarse los trajes, labor minuciosa que exige media hora de dedicación. Las
enfermeras pasaban de un departamento a la habitación del enfermo de ébola, y
de esta a otra general. A la enfermera hoy en riesgo se le dieron vacaciones cuando
murió el último enfermo por el virus, sin establecer una mínima cuarentena
precautoria.
Todo tan chapucero como el comportamiento de la ministra,
tan culpable ella como el sr. Ppresidente que la nombró y que se resiste a
cambiarla, a pesar de la contestación unánime desde sus primeras actuaciones y,
sobre todo, desde sus muchas ausencias claves. Ya han salido algunos
tiralevitas ppopulares encomiando la labor y la discreción (¿habrán querido
decir “inhibición”?) de la ministra. Rajoy está oculto, no asoma, siguiendo su
costumbre en casos conflictivos. ¿Qué tal internarle unas horas, para
reflexionar, con el traje adecuado, en la habitación de la enfermera enferma de
ébola? ¿Se daría cuenta de la magnitud del problema? ¿Y si propusieran a la
Mato para la Comunidad europea en sustitución de Arias Cañete para refrendar el
éxito político español?
En el próximo “carro” les traeré la vergüenza vivida en una
visita a un hospital con recortes del Sur de España.
PABLO
DEL BARCO
lunes, 6 de octubre de 2014
EL CARRO DE LA LEJÍA, 6 nov.
2014.
¿El último señorito andaluz?
Los señoritos andaluces hoy serían, en buena lógica y
honestidad, poco presentables en la sociedad. Dicen que fueron desterrados aunque
no hace mucho tiempo aún campaban por nuestras geografías sociales y (anti)cultuales
muy a sus anchas, y aún sospecho que… Yo descubrí Andalucía en Jerez de la
Frontera, sembrada de Domecqs, Pemanes, Bobadillas, Terrys y otras especies semejantes, nido de
señoritos, pero también de muchas buenas cosas En aquellos años setenta eran
comunes las hazañas de algunos de estos pejes (“taimado”, “desvergonzado”);
famosísimas las del Pantera Domecq, preñador de sirvientas, del que se decía
que “le había puesto casa a la mujer”, no a la querida, que era lo habitual en
aquella sociedad de la “casa grande” y la “casa chica”; la situación se daba por natural. Fue desterrado a Madrid
por sus hazañas sobre y antihumanas, que no voy a repetir porque eran muchas, desorbitadas
y jugosas si no fuera por el desprecio que entrañaban del pueblo trabajador andaluz.
Acostumbraba el Pantera a dar una patada al puchero de la comida comunal para
que los sirvientes tuvieran que comer en el suelo. Del derecho de pernada del
señorito se hablaba como de algo aún no desterrado. Tenía el más desvergonzado
derecho a todo, ninguna obligación exigible. El Pantera de Jerez se ufanaba de
hacer el camino de Madrid a Jerez en velocidad record, tiempo record, animales
muertos record, y persecuciones de la guardia civil record, y el record de no
ser nunca sancionado. Despreciaba a la mujer, plato de segunda mesa para él. En
aquella sociedad a la que yo llegué se sentaban primero los varones a la mesa;
cuando acababan de comer, lo hacían las mujeres.
Pues hete aquí que estos días la actualidad nos pone frente
a las narices a un ser que mira con desprecio a los de abajo (me parece,
después de haber visto muchas fotos y reportajes), que ha ensalzado la escasa
inteligencia de las mujeres, que ha tenido
la desvergüenza de no declarar todos sus ingresos a la hacienda española –él,
que fue Delegado de Hacienda en Jerez de la Frontera, y profesor de Derecho en
aquella universidad– con el consiguiente quebranto social, que se ha dedicado
al desarrollo de una actividad empresarial insalubre y que ha mentido en los
foros europeos con el nombre de España en la boca. Y la casualidad me sitúa al
tal peje compartiendo familia cercana con el portador de uno de aquellos
apellidos típicos del señoritismo andaluz, a la sazón cuñado suyo. Los
señoritos andaluces estaban, o están, acostumbrados a pensar que es suyo todo
lo que crece bajo su vista y sus narices, que pueden disponer a su antojos de
voluntades y derechos; pero no advierten, dada su cortedad, que con este invento de la comunidad europea,
sus artimañas y actitudes fuera de
nuestras fronteras solo tienen el éxito de la ridiculez, porque nadie les va a
reír sus gracias, creer sus invenciones chuscas, ni a aplaudir sus desaforos,
por muy titulados que vayan de ex ministros o presuntos embajadores del bien
común.
Cañete es el nombre común del carrizo, usado para techar
cabañas, guarecerse de la lluvia y las tormentas, que, con la que le está
cayendo, no le vendría nada mal a este representante español de aspecto y
ademanes toscos, que dice muchas gracias porque seguramente no sabe hacerlas de
verdad para beneficio de los otros. No dejo de compararle con aquel señorito
jerezano que daba la patada al puchero para que la gente comiera en el suelo y
no perdieran nunca su sentido y conciencia de hombres procedentes de la tierra;
éste, con su carita de arcángel rechoncho se debe creer que está por encima de
los mortales, porque él ha superado la condición de pueblo para convertirse en
representante del pueblo; o sea, sátrapa (“que vive con mucho lujo y
ostentación”, “que abusa de su poder o de su autoridad”) sin discusión. Pero en
Europa parece que no hacen gracias los “señoritos” españoles y están queriendo
ponerle la proa a éste, que llegó con la trapacería y la mentira debajo de la
gabardina, lujosa, de la democracia, como un exhibicionista al que los suyos
aplauden con el mismo escaso rubor que él se aplaude y se ejercita en las
verdades inventadas. Sin embargo, dado el carácter travestista de la política
actual, puede ser que a este orondo representante español no terminen de “darle
por el cañete”, como esperamos los españoles de ley.
PABLO DEL
BARCO
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