viernes, 28 de noviembre de 2014

EL CARRO DE LA LEJÍA, 28 de noviembre 2014.
El Gran Nicolás

Cada día me sorprende más este país de papanatas en el que vivo. Ahora se conmociona por las aventuras del “pequeño” Nicolás, ignorando que esta es la patria del Lazarillo de Tormes, del Guzmán de Alfarache, del Buscón don Pablos, de Rinconete y Cortadillo, por citar a los más reconocidos pícaros de nuestra literatura, que son nuestra contundente evocadora fotografía de la idiosincrasia española. Y más que pongan cara de sorpresa nuestros dirigentes políticos, a los que les sobra “nicolasismo”, bien evidente en sus mentiras, robos sin disimulo, teatralizaciones del deber, viajes a diestro y siniestro para cumplir su deber… de amantes, marionetas todos de la arrogancia que les dieron con su destino social a base de urnas, y su saber para nadar en aguas sucias, impermeabilizados en trajes de alta costura y cara dura a prueba de críticas feroces. Aunque son menos dignos en su indignidad que nuestros viejos pícaros.
Ahora desean borrar el impacto de sus fotografías con el pequeño truhán, que tiene cara de alelado, ignorando conocerle, apartándose para no contaminarse con sus truhanerías. ¿Has visto alguna fotografía de estos célebres fotografiados en la que aparezcan con gesto de desagrado, en la que no exhiban la mejor de sus sonrisas, en la que no muestren el honor de estar junto a ese joven que antes era notable personaje y ahora es notable vividor, mentiroso y sinvergüenza?
¡Qué hipocresía echarle lanzas al muchacho, querer morderle con sus caras de cartón! ¡Qué ignorancia del refranero español que habla de la mota en el ojo del ahora ajeno personaje y de la viga en el ojo propio. Yo me pregunto: ¿Bárcenas no es un pequeño Nicolás, aventurado por caminos de Suiza, América, y otros destinos singulares arrastrando sus sacos repletos de euros? El exalcalde de Valdemoro, segundo de a bordo de la Comunidad de Madrid, Francisco Granados, exhibiéndose como adalid de la anticorrupción ¿podía desterrar de su cara, de sus ojos risueños en guiño permanente, ser un Nicolás mejor trajeado y más impune? ¿La inútil exministra Ana Mato no es el parangón de Nicolás en hembra distinguida afirmando que desconocía los tejemanejes del estirado marido, siempre con potentes coches para disimular su escuchimizado físico, vehículos que ella nunca vio en el garaje de su casa, que ignoraba quien pagaba sus viajes frecuentes de ocio? El ciego acabó con la granujería de Lázaro al conocer que éste callaba cuando él, contra el trato establecido, comía las uvas de dos en dos y de tres en tres y no de una en una. Lázaro no veía por sus ojos, como la Mato, pero el ciego le hizo ver por los suyos, como ahora el juez a la modosa exministra  de la antiSalud.
¿No nos ha engañado la Pantoja con ser una tonadillera, graciosa y gitana, cuando ahora, Nicolás en traje de faralaes, descubrimos que es una estafadora, como ha deducido el juez tras una larga investigación?
A propósito de la tonadillera, celebrada por cantante y por gitana, pienso: este es el país del desparpajo y la ignorancia. ¿Qué hacen, por ejemplo, algunos sabios de hojalata para crear un aplauso fácil a su favor? Dárselas de sabios y mecenas culturales en un paraíso de ignorantes. Se meten contra el Diccionario de la Real Academia Española, a la que yo no bendigo, porque ha incluido en sus páginas una definición perjudicial del “gitano”, injusta y peyorativa según ellos. Yo tengo mucha estima por este colectivo, pero no ignoro que el Diccionario no inventa una definición sino que sanciona el uso del término. La madre le dice al niño: “¡Ay, que gitano eres!”; el enamorado a su enamorada la llama “gitana mía”; alguien para insultar dice de otro: “Cuidado, que ese es muy gitano”. Entonces, sabios de hojalata, reconoced que todos, en nuestro habla común, somos los creadores y publicistas del término, y que el Diccionario no es sino el espejo de nuestras palabras. ¡Qué disgusto se habrá llevado mi viejo compañero de pupitre José Manuel Blecua, sabio,  objetivo y delicado director de la RAE con tanto Nicolás de la cultura española!

                                                                                    PABLO DEL BARCO

viernes, 7 de noviembre de 2014

EL CARRO DE LA LEJÍA, 7 de noviembre 2014

Estaba cantada la desimputación parcial de la infanta; ya lo dijo su padre: “La justicia es igual para todos” (¡ja!). Pero, en definitiva, es coherente con el estado del país, con las consecuencias de la imposición de aquella nefasta transición que nos vendieron envuelta en glasé y celofán de colores. Una mayoría de las instituciones nacidas entonces están asaeteadas por la corrupción, la mangancia, el desparpajo y el despropósito más descarado, en contra del español medio, atado de pies y manos ante esta adversidad e impunidad política que punemente padece.
No entiendo mucho de derecho, apenas estudié un curso de derecho penal, lo que me sume en una ignorancia que me parece supina cuando veo y medito sobre los sucesos actuales. Veamos: hay cuatro mosqueteros de lo malo que constituyen, según se ha demostrado, una empresa para obtener y blanquear dinero ilegítimo y defraudar al fisco, hechos que se suceden el uno al otro como consecuencia natural. Y resulta que, por arte de birlibirloque, de los cuatro quedan solo tres mosqueteros absolutamente imputados en estos delitos. Uno –una– se libra, por guapura social y, supongo, color de la sangre: “La justicia es igual para todos”; ella es descendiente de aquel monarca que huyó de España en 1931 y que, por obra y gracias de un dictador, obtuvo para sus descendientes el beneficio de sentarse de nuevo en el trono del Estado español, sin ningún mérito, salvo, en mi opinión, el de aprovechar la minusvalidez de un pueblo rendido, acobardado por las consecuencias de una guerra fraterna, que no ha terminado de ponerse en limpio por deseo interesado de los ilegítimos vencedores.
Todo ello en un clima de delitos permanentes, robos sin medida, usuras, trampas, expolios, despilfarros de los que la clase poderosa, descendiente en buena medida de aquellos “vencedores”, es protagonista beneficiada. Y que clama –con la boca chica– por la limpieza y la transparencia en el país cuando no sabe limpiar su casa, llena de cajones secretos y paredes dobles en los que se apiñan las varitas mágicas que aumentan sin cesar sus fortunas, y esconden sus papeles sucios, con desprecio de un pueblo que sufre privaciones y miserias, oculto a su vista por paredes de plomo que les impiden, voluntariosamente, ver la realidad. Su gran mérito es la mentira, en la que se muestran doctores en la universidad de la picardía, ilustres descendientes del Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo, Guzmán de Alfarache, el Buscón y otros pícaros tan españoles que en ninguna otra literatura universal se han producido; en ningún otro país abundan tantos y tan sin justicia a los que no se les desapropia de lo robado; de su vergüenza no porque nunca la tuvieron.
La dirigente regional de un partido ignora el robo al tanto por ciento insistente de su segundo de a bordo; dice desconocer a los acólitos, alcaldes provinciales, que ella misma nombró y con los que aparece en los besuqueos y palmeos propios de la más resaltante –la única visible– actividad política. El presidente de una comunidad, que se alza en paladín de la transparencia, ha hecho, según las crónicas recientes, treinta y dos viajes –en clase especial para no contaminarse, imagino–, de ida y vuelta, con el noble “objetivo político” de  ver a su –supuesta– amante, pagados con dinero público. En su primera aparición pública sus congéneres políticos le han aplaudido a rabiar, queriendo con el ruido enmudecer la desvergüenza. ¡Ah, si al menos fuera éste monaguillo del amor verdadero…! A un obispo se le denuncia por el ornato principesco que está introduciendo en su palacio. Del dispendio y cuentas pocos claras del ejército español un militar está explicando en tertulias televisivas y en un libro original y valiente muchas suciedades ocultas tras la cortina con orillo dorado del patriotismo y las voces de mando sin discusión.
¿Queda alguna institución tocada por la rareza de la transparencia, a pesar de lo que claman los políticos españoles, tan pretendidamente hábiles como esas criadas que mantienen la casa limpia a base de ocultar la porquería debajo de las alfombras más mullidas de sus palacetes sostenidos por el pueblo?
El jefe de la casa de gobierno sin darse por enterado; habrá que regalarle un sonotone y unas gafas, sin pantalla de prisma, contra la miopía y el estrabismo, para que nos dé la sensación de que sabe que existimos el resto de los españoles. Y el jefe del Estado en la inopia, para que no le salpique demasiado, porque la caca cuanto más se remueve huele más.


                                                                      PABLO DEL BARCO