viernes, 22 de abril de 2016


EL CARRO DE LA LEJÍA, 23 ABRIL 2016 / 1616
Hoy cedo la palabra al maestro de maestros Miguel de Cervantes, con una de las páginas más bellas del Quijote, llena de enorme nostalgia y plena actualidad.
DISCURSO DE LA EDAD DE ORO: II parte, capítulo XI. 
Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:
—Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre; que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señera, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propia voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero. Que aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra.
                       Con el debido respeto el deseante caballero andante Pablo del Barco

martes, 12 de abril de 2016


EL CARRO DE LA LEJÍA, 12.04.2016

Don Quijote no va a la Feria de Sevilla

Cervantes no sufriría tanto en nuestra España de manipuladores de caudales públicos; sus causas y desencuentros con la Hacienda parecerían asuntos descafeinados al lado de las corrupciones y los corruptos que hoy padecemos. Él sufrió prisión –no como la mayoría de los estafadores de hoy, que campan libres y orgullosos por el mundo– en la cárcel de Sevilla por sus avatares como recaudador de impuestos, y de aquella situación devino un hecho espectacular en fondo y manera: la escritura de la inmortal obra Don Quijote de la Mancha. Hoy tenemos un resultado también en términos de escritura: miles y miles de folios pero con timbre legal. Este año celebramos los cuatrocientos años de la desaparición del autor de la obra a la que se rinde reconocimiento universal, en un clima de atonía cultural sorprendente, al que algunos advenedizos literarios se suman rehaciendo la obra cumbre con un lenguaje más actual. Es como si a las figuras de Velázquez las vistiéramos de Armani y otros creadores de moda.
Cervantes, que vivió y padeció su Sevilla particular, no está invitado a la Feria de este año que celebra los cuatrocientos años  de su muerte, el 23 de abril. Aquella Sevilla debió tener tan poco fuste literario como la de hoy. O autoridades culturales tan ausentes de la verdadera cultura, que no han sido capaces de dedicar la Feria al autor de la obra más importante de nuestra literatura, más reconocido universalmente. Apenas aparece en la portada el logotipo de la celebración cervantina. En la portada; no le han dejado pasar de la puerta de este revoltijo ferial de cante y baile. La danza sí ha sido galardonada; a ella se dedica el acontecimiento ferial.
Quizás tengan razón las autoridades: la Feria es efímera, Cervantes y el Quijote  transcendentales; no pueden competir. Quizás también pueda ser que no tienen desarrollado el gusto por asuntos fundamentales de la cultura y que con la brisa de los volantes y el juego de los faralaes se les nuble la visión y se les entontezca el juicio, como al cuerdo, en su locura, Don Quijote y al loco, en su materialidad, Sancho.  O temen, por su fragilidad, morir en el empeño como el Licenciado Vidriera.
Qué magnífica ocasión perdida para proyectar Sevilla universalmente, uniendo su fiesta mayor a la fiesta literaria; un momento irrepetible para unir lo particular con lo universal.  Pero no, aquí impera el provincianismo más radical falsamente vestido con el ropaje de lo propio, de lo genuino, de “lo nuestro”. Sevilla se va empobreciendo arrastrada solo por los beneficios económicos de la Semana Santa y la Feria de Abril. Málaga, por ejemplo, ciudad fundamentalmente turística, le está comiendo el pan en actividades culturales a la capital de Andalucía. Este gobierno municipal está haciendo bueno al anterior, tan tiñoso en actividades culturales, mirándose tercamente al ombligo y poco más.
¿Se imaginan a Don Quijote y Sancho entrando al real de la Feria, fantasía y realidad, pregonando el texto cervantino, repartiendo en los oídos su bella prosa y la magnitud de su mensaje de realidad y fantasía? ¿Que algunos creadores de sevillanas inventaran una con sus ricas aventuras y todos las cantaran y bailaran? ¿La visita a la Feria de otros muchos de sus personajes que aparecen en las Novelas ejemplares y que el autor tomó de personajes vivos sevillanos? ¿Qué el Ayuntamiento de la ciudad, descendiente de las autoridades que confinaron al escritor en sus cárceles, hubiera hecho una edición rústica y noble de algunos textos cervantinos para repartirla por la Feria?
“No está hecha la  miel para la boca del asno”, que diría Sancho repitiendo lo que el pueblo dicta. En fin, acabará la Feria con la contabilidad de visitantes, los beneficios obtenidos y las toneladas de basura recogidas. Don Quijote y los otros personajes del autor volverán a las alacenas, los prebostes de la cultura hablarán de las obras sin haberla apenas leído, y todos (casi) tan felices. Como diría un castizo descontento: ¡Ay, Sevilla de mi “arma”!

                                                          PABLO DEL BARCO