lunes, 27 de junio de 2016


EL CARRO DE LA LEJÍA, 27 de junio, 2016

¡Viva la corrupción!

“La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”, dice Antonio Machado por boca de Juan de Mairena. Y la verdad es dura e incontrovertible: a medida que los casos de corrupción afloran en el corazón y las manos del Partido Popular aumentan los votantes a su favor. Sería interesante conocer, entre los apuntaladores del partido tan tocado por la corrupción, de qué niveles sociales salen esos votos. El resultado final dice poco de nuestra moralidad como país. Las grabaciones tan recientes del ministro de Interior, incitando a la caza de brujas contra la oposición desde el despacho oficial, parecen haber reforzado el ánimo de los votantes a su favor. Donde más ha aflorado la corrupción, la comunidad valenciana, han aumentado los votos y, por lo tanto, los escaños a favor del Partido P. ¿Qué ocurre en nuestro país? ¿Acaso todos queremos ser corruptos, ganar el dinero a espuertas irregularmente, fastidiando todo lo posible a la gente más desfavorecida? ¿Es que no sirve de nada saber que en 2015 ha aumentado en 15.000 el número de millonarios? ¿Qué la diferencia entre ricos y pobres es cada día mayor? ¿Qué  la mayoría de nuevos contratos son precarios? ¿Qué los jóvenes se van del país por falta de trabajo? ¿Qué hay muchos españoles en situación y en riesgo de pobreza? ¿Qué el Gobierno ha desvalijado la hucha de las pensiones? ¿No estará el triunfo del PP en el fracaso social del resto de los partidos? Piénsalo bien y reflexiona, votante del PP.
He escuchado en Andalucía una campaña política de la presidenta (de tan rala preparación política) basada en el odio a Podemos, y el odio no construye; ha pagado el pato doña Susana. Muy pocas palabras –ella y el resto de los líderes políticos­– a favor de la cultura y del aumento de la educación, que es la vitamina de una sociedad fuerte y con futuro. Todo en contra y nada a favor es construir la nada más radical. Tendremos que seguir viviendo en el vacío que es la permanente y dolorosa dualidad del país. Lo señalaba Rajoy hablando de los malos (la oposición) frente a los buenos (ellos). Han terminado las votaciones y los políticos se siguen atacando entre sí. Se siguen insultando los perdedores ellos mismos no reconociendo el fracaso, poniendo el esfuerzo contra en lugar de a favor, sin la humildad que les permitiría reconocer donde está su error; todos ellos proclaman su victoria convirtiendo la pérdida real de votos y escaños en una paradoja de la inteligencia social. La alianza política más a la izquierda, Unidos Podemos, no han perdido escaños en Cataluña y ha salido vencedora en las tres provincias del País Vasco. Deberían de reflexionar los líderes políticos por qué en estas comunidades –especialmente en Euskadi, con el menor índice de paro de España– han obtenido buenos resultados. Ana Colau ha mantenido su personalidad política; Pablo Iglesias se ha mostrado acomodaticio y sus vaivenes han producido desconfianza en algunos de sus afines.
¿Y ahora qué? ¿Volverán los orgullos vanos, la falta de entendimiento entre partidos más afines? En su discurso tras las votaciones Pedro Sánchez ha atacado al líder de Podemos acusándole de dividir a la izquierda. ¿Se olvida de su antinatural y desatinada alianza con el descafeinado Ciudadanos por miedo a perder su liderazgo político? Ya empieza otra guerra estúpida cuando el país necesita un urgente entendimiento a través del diálogo. Decía en la campaña Rajoy, con ese su discurso de trabalenguas habitual de heterodoxa gramática: “La España tiene que caminar juntos”. Por encima de la torpeza de este orador estaría bien que se cumpliera ese deseo. Estar en la oposición no debe suponer atacarse a bombazos.
Pero hoy hay fútbol; este deporte, de economía libre no controlada por Hacienda, que solapa desigualdades sociales, intelectuales, culturales y pone en acuerdo un sentimiento de patriotismo, banal pero efectivo. Que no se les ocurra perder hoy a nuestros jugadores, por favor, no desmoronen más este pobre país que se agita en una permanente oposición a lo que sea. ¿Para qué pensar si pensar parece dolerle a nuestra inteligencia?

                                                                                             PABLO DEL BARCO

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